Arabia Saudita: La Nueva Potencia Financiera que Desafía al G-7 en la Crisis Ruso-Ucraniana
En un giro inesperado de los acontecimientos geopolíticos, Arabia Saudita ha emergido como un actor clave en el escenario financiero global, ejerciendo una influencia sin precedentes sobre las decisiones del G-7 respecto a los activos rusos congelados
En un giro inesperado de los acontecimientos geopolíticos, Arabia Saudita ha emergido como un actor clave en el escenario financiero global, ejerciendo una influencia sin precedentes sobre las decisiones del G-7 respecto a los activos rusos congelados. Este desarrollo pone de manifiesto la creciente importancia del reino árabe en la economía mundial y plantea interrogantes sobre el futuro de las relaciones internacionales.
Según informes recientes, el gobierno saudí ha manifestado en círculos privados su oposición a cualquier intento de confiscar los aproximadamente 300 mil millones de dólares en activos rusos que fueron congelados al inicio del conflicto en Ucrania. La postura del reino no se limita a una mera declaración de principios; va acompañada de una sutil pero poderosa advertencia: la posibilidad de deshacerse de parte de sus inversiones en deuda europea si el G-7 decide proceder con la confiscación.
Esta posición de Arabia Saudita no es casual ni improvisada. Durante años, el país ha acumulado sistemáticamente activos extranjeros, aprovechando los ingresos provenientes de sus exportaciones petroleras. Este proceso ha dado como resultado una cartera de inversiones diversificada y sustancial, que incluye participaciones significativas en empresas europeas y bonos soberanos de diversos países.
La estrategia saudí se asemeja a la empleada por otros países con superávits comerciales continuos, como China o Noruega. Al generar más ingresos por exportaciones que gastos en importaciones, estos países se convierten en acreedores netos del resto del mundo. En el caso de Arabia Saudí, su superávit por cuenta corriente alcanzó un impresionante 13% del PIB en 2022, aunque se moderó al 3,5% en 2023.
La magnitud de los recursos financieros del reino es impresionante. El banco central saudí, conocido como SAMA, cuenta con reservas netas de divisas que superan los 445 mil millones de dólares. Además, su fondo soberano gestiona activos por casi un billón de dólares. Aunque la composición exacta de estas inversiones no se hace pública, se estima que una parte considerable está denominada en dólares estadounidenses.
La amenaza velada de Arabia Saudita ha tenido un impacto significativo en las deliberaciones del G-7. Inicialmente, el grupo consideraba opciones más agresivas respecto a los activos rusos congelados, incluyendo la posibilidad de una incautación directa para apoyar financieramente a Ucrania. Sin embargo, la presión saudí parece haber influido en la decisión final de limitarse a utilizar los rendimientos generados por estos activos, dejando intacto el capital principal.
Esta situación plantea interrogantes sobre la verdadera motivación de Arabia Saudí. ¿Actúa el reino en defensa de sus propios intereses, temiendo que una confiscación de activos rusos siente un precedente peligroso? ¿O su postura refleja una creciente solidaridad con Rusia, con quien ha estrechado lazos en los últimos años, especialmente en el marco de la OPEP.
La realidad probablemente sea una combinación de ambos factores. Por un lado, Arabia Saudita ha buscado diversificar sus alianzas internacionales, reduciendo su dependencia histórica de Occidente. Esta estrategia ha llevado a un acercamiento con Rusia, particularmente en el ámbito energético. Por otro lado, el reino mantiene importantes intereses económicos en Occidente y no puede permitirse una ruptura total con sus socios tradicionales.
La complejidad de la posición saudí se refleja en sus acciones diplomáticas. Mientras se opone a las sanciones occidentales contra Rusia, el reino también ha condenado la agresión rusa en Ucrania. Recientemente, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski visitó Arabia Saudí, evidenciando los esfuerzos del país por mantener un equilibrio delicado entre las partes en conflicto.
El impacto de la postura saudí va más allá del caso específico de los activos rusos. Representa un desafío más amplio para el G-7 y los países occidentales en su intento de movilizar apoyo global para Ucrania. La creciente influencia de Arabia Saudí ejemplifica las dificultades que enfrentan las potencias tradicionales para alinear a las naciones del llamado Sur Global con sus objetivos geopolíticos.
Sin embargo, algunos expertos cuestionan la viabilidad real de la amenaza saudí. Argumentan que, tras la congelación inicial de los activos rusos en 2022, no se observó un movimiento significativo de capitales fuera de las monedas del G-7. Además, señalan que Arabia Saudí tiene opciones limitadas más allá del dólar y el euro para sus inversiones a gran escala.
Un ejemplo claro de los límites de la estrategia saudí es su continua dependencia del dólar para las transacciones petroleras. A pesar de las especulaciones sobre un posible cambio hacia otras monedas, como el yuan chino, las autoridades saudíes han reiterado su compromiso con el dólar, reconociendo su importancia para la estabilidad económica del reino.
La situación actual pone de manifiesto la complejidad de las relaciones internacionales en un mundo multipolar. Arabia Saudí, tradicionalmente aliado de Occidente, busca ahora un papel más independiente y asertivo en la escena global. Su capacidad para influir en las decisiones del G-7 demuestra cómo el poder económico puede traducirse en influencia geopolítica.
Para el G-7 y sus aliados, el desafío consiste en encontrar un equilibrio entre mantener la presión sobre Rusia y evitar alienar a socios estratégicos como Arabia Saudí. La situación subraya la necesidad de un enfoque más inclusivo en la gobernanza económica global, que tenga en cuenta los intereses y preocupaciones de las potencias emergentes.
En conclusión, la postura de Arabia Saudí respecto a los activos rusos congelados marca un punto de inflexión en las relaciones internacionales. Refleja la creciente complejidad del orden mundial, donde el poder económico y la influencia geopolítica están cada vez más entrelazados. A medida que el conflicto en Ucrania continúa, la comunidad internacional deberá navegar cuidadosamente estas aguas turbulentas, buscando soluciones que respeten los intereses de todas las partes involucradas sin comprometer los principios fundamentales del derecho internacional.
El caso de Arabia Saudí sirve como un recordatorio de que, en el mundo interconectado de hoy, las decisiones económicas tienen profundas implicaciones políticas y viceversa. La capacidad de los líderes mundiales para gestionar estos desafíos complejos determinará en gran medida la forma del orden internacional en los años venideros.
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