Crisis de competitividad: industria argentina 30% más cara que Brasil según UIA
El sector manufacturero nacional enfrenta una desventaja estructural que compromete su viabilidad ante la apertura comercial, mientras reclama reformas urgentes en infraestructura y financiamiento para nivelar condiciones de mercado
El sector manufacturero nacional enfrenta una desventaja estructural que compromete su viabilidad ante la apertura comercial, mientras reclama reformas urgentes en infraestructura y financiamiento para nivelar condiciones de mercado.
La manufactura argentina atraviesa una crisis de competitividad sin precedentes que la coloca en desventaja frente a sus principales competidores regionales. El diagnóstico, presentado por la dirigencia industrial durante una gira por Córdoba, evidencia brechas de costos que oscilan entre 25% y 30% respecto a Brasil, posicionando incluso a Paraguay como una alternativa más económica que la producción en territorio nacional.
Martín Rappallini, máximo dirigente de la Unión Industrial Argentina, expuso la gravedad del panorama durante su visita a la provincia mediterránea, donde los empresarios locales salieron al cruce de las políticas gubernamentales para reclamar medidas compensatorias. La comparación regional resulta particularmente alarmante cuando se considera que incluso con un tipo de cambio teóricamente equilibrado de 1.200 pesos por dólar, la brecha competitiva persiste.
La problemática trasciende las cuestiones cambiarias y se adentra en deficiencias estructurales que el sector privado identifica como obstáculos sistémicos para el desarrollo productivo. Luis Macario, presidente de la entidad industrial cordobesa, sintetizó las preocupaciones sectoriales tras la finalización de los encuentros empresariales en la región.
El dirigente reconoció avances en el plano macroeconómico, particularmente el equilibrio fiscal que considera fundamental para la estabilidad general, pero enfatizó que las carencias se concentran en el nivel microeconómico. Las reformas estructurales y la agenda de inversiones en infraestructura emergen como prioridades impostergables para sostener la actividad manufacturera nacional.
La insuficiencia del sistema energético constituye uno de los principales puntos de tensión identificados por los industriales. Los cortes eléctricos durante el verano y las restricciones de gas en invierno ilustran las limitaciones que enfrenta el aparato productivo ante la falta de inversiones adecuadas. La imposibilidad de trasladar eficientemente el gas de Vaca Muerta hacia los centros de producción ejemplifica las pérdidas de oportunidades derivadas de la infraestructura deficiente.
El estado de rutas, caminos, vías ferroviarias y puertos completa el cuadro de deficiencias logísticas que incrementan los costos operativos. Los industriales enfatizan que estas carencias los colocan en condiciones desfavorables ante la apertura de importaciones, demandando inversiones que equiparen las condiciones competitivas.
La posición empresarial no aboga por proteccionismo tradicional sino por la creación de reglas equitativas que permitan al mercado decidir entre productos locales e importados. El concepto de "nivelar la cancha" resume la aspiración sectorial de competir en igualdad de condiciones rather than solicitar barreras comerciales.
En el ámbito de la productividad interna, los empresarios reconocen mejoras derivadas del control inflacionario, que ha eliminado el efecto de "tapar problemas de incompetencia" que generaba el contexto de alta inflación. Esta nueva realidad obliga a las empresas a enfocarse en eficiencias genuinas más que en ajustes nominales.
Las demandas sectoriales incluyen profundización de reformas impositivas y laborales, junto con la racionalización de las transferencias de Nación a provincias. Los industriales proponen que estos giros sean automáticos rather than discrecionales, argumentando que el Estado mantendrá su rol pero requiere financiamiento racional.
El acceso al crédito representa otra desventaja competitiva significativa que enfrenta la industria nacional. Mientras el financiamiento disponible en Argentina equivale apenas al 8% del PIB, Brasil alcanza el 70% y Chile supera el 100%. Esta disparidad limita severamente las posibilidades de inversión y modernización del aparato productivo local.
La comparación con Paraguay resulta particularmente reveladora cuando se considera que ese país, tradicionalmente menos desarrollado industrialmente, ofrece condiciones más atractivas que las zonas de promoción argentinas. Esta situación cuestiona la efectividad de los regímenes de incentivos existentes y sugiere la necesidad de revisiones integrales.
La problemática competitiva con China añade una dimensión global al desafío, considerando que el gigante asiático ha transformado los patrones comerciales mundiales mediante su capacidad de producción a gran escala y costos reducidos. La industria argentina debe navegar simultáneamente las presiones de competidores regionales y globales.
La agenda sectorial convergerá en el plenario anual programado para el 2 de septiembre en Córdoba, evento conjunto entre la UIA nacional y su filial provincial. La invitación extendida al presidente Javier Milei genera expectativas sobre la receptividad oficial a estos reclamos, particularmente considerando la proximidad de las elecciones intermedias.
El timing del encuentro, a mes y medio de los comicios donde el gobierno nacional se juega su capacidad de gobernabilidad, añade tensión política a las demandas empresariales. La incertidumbre sobre la disposición presidencial para escuchar estos planteos refleja las complejidades de articular políticas que satisfagan expectativas sectoriales sin comprometer objetivos macroeconómicos.
La crisis de competitividad industrial trasciende consideraciones puramente empresariales y se vincula con la capacidad nacional de mantener empleo de calidad y agregado de valor local. La pérdida de competitividad manufacturing amenaza con profundizar la primarización de la economía y limitar las oportunidades de desarrollo tecnológico.
Los reclamos industriales plantean un dilema fundamental para la política económica: cómo conciliar la apertura comercial con el mantenimiento de un sector manufacturero viable. La resolución de esta tensión requiere inversiones sustanciales en infraestructura y reformas institucionales que mejoren el ambiente de negocios.
La respuesta gubernamental a estos planteos definirá el futuro de la relación entre el Estado y el sector privado, particularmente en un contexto donde la ortodoxia económica pugna con las demandas de intervención sectorial. El desafío consiste en encontrar fórmulas que mejoren la competitividad sin recrear los desequilibrios fiscales que históricamente han caracterizado las políticas industriales argentinas.
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